"El vino es cosa admirablemente apropiada al hombre, tanto en el estado de salud como en el de enfermedad, si se le administra oportunamente y con justa medida, según su constitución individual".
Hipócrates de Cos, 460-370 a.C.
La noción de que el vino, y particularmente el tinto, es beneficioso para el corazón, se ha abierto paso entre el público con la misma firmeza con que en tiempos pasados se entendía –de forma no muy justificada– que el güisqui era igualmente bueno porque era “vasodilatador”. Pero las campañas de salud pública reiteran de forma incesante los peligros del alcohol. ¿Estamos frente a una de tantas leyendas urbanas sin base, o hay algo más? ¿O quizá, como hace más de dos mil años propugnaba Hipócrates, es todo cuestión de medida?
El alcohol, en cantidades elevadas, es un tóxico para el organismo humano que puede dar lugar a numerosos trastornos a diferentes niveles, como el aparato digestivo y, más concretamente, el hígado, el sistema nervioso central, el aparato circulatorio, etc. Asimismo, en determinadas circunstancias se ha asociado con ciertos tumores. Además, la desinhibición y pérdida de control que produce el alcohol se encuentra detrás de muchos accidentes de tráfico e incluso de diferentes situaciones de violencia. Es en este sentido en el que, recientemente, nuestro Código Penal ha comenzado a considerar delito la conducción de vehículos bajo los efectos del alcohol. En Francia, país con un elevado consumo de alcohol per cápita, se estima que 45.000 muertes al año son atribuibles a él. En España, la cifra estimada es de 13.000, atribuyéndose un 40 % de los accidentes de tráfico al alcohol. Si estos datos son ciertos, ¿de dónde viene la pretensión de que el alcohol –el vino en particular– es bueno para la salud, y más concretamente para el corazón? Uno de los datos indirectos que lo sugiere es la llamada “paradoja francesa”.
La paradoja francesa
Las enfermedades cardiovasculares (infarto de miocardio, accidentes cerebrovasculares, insuficiencia cardiaca…) son la primera causa de muerte en los paises desarrollados, aunque su incidencia no es igual en todos ellos. En Europa existe una marcada diferencia entre los países del centro y norte de Europa y los de la cuenca mediterránea. En estos –Italia, Francia, España, Grecia– la mortalidad por enfermedad cardiovascular, y más concretamente por enfermedad isquémica del corazón, es significativamente inferior a la del resto de Europa. Se estima que en Francia, por ejemplo, la tasa de muertes por estas enfermedades es aproximadamente la mitad que es Estados Unidos. ¿Por qué? Bueno, una cosa es constatar un hecho y otra muy distinta conocer sus causas; en este campo solo podemos movernos en el terreno de las hipótesis. Una posible explicación es la dieta. En estos países la dieta incluye más fruta, verdura, legumbres y pescado que en el norte; el aceite de oliva se prefiere a la mantequilla. Pero aunque esto es cierto para la zona meridional de Francia, no lo es para el resto del país vecino; cualquiera que haya viajado por el centro y norte de Francia, y sea aficionado a su magnífica cocina, habrá constatado que la grasa animal se emplea en cantidades que nada tienen que envidiar a la de otros países situados más al norte. Pese a ello, es precisamente Francia la que presenta tasas más bajas de mortalidad cardiovascular de Europa. Esta es la llamada “paradoja francesa”, que se ha intentado explicar precisamente por el vino. Da la casualidad de que Francia es el mayor consumidor de vino del mundo –seguido no muy lejos por España–, y en este hecho se ha querido encontrar una posible razón para esta aparente paradoja. ¿Serán acaso las acciones protectoras del vino tinto las que, pese al elevado consumo de grasas animales, mantienen a nuestros vecinos a salvo de la enfermedad cardiovascular?
El consumo moderado de alcohol produce un incremento del colesterol ligado a lipoproteínas de alta densidad, o HDL colesterol (el colesterol “bueno”), que es protector de enfermedad cardiovascular; también reduce la propensión de la sangre a coagular, lo que puede prevenir la formación de coágulos sanguíneos dentro de las arterias. Por otra parte, ejerce una cierta acción antiinflamatoria y mejora la sensibilidad a la insulina, acciones que son beneficiosas desde el punto de vista de la enfermedad cardiaca. Por otra parte, desde hace años, diferentes estudios científicos han señalado que el consumo moderado de alcohol (una o dos bebidas al día) se acompaña de una menor mortalidad por enfermedad coronaria y otras enfermedades cardiovasculares.
¿Son los beneficios cardiovasculares debidos al alcohol en sí? ¿Es mejor el vino, y particularmente el tinto, que otras bebidas alcohólicas? Así se ha sugerido, en parte debido a que contiene una alta concentración de sustancias antioxidantes. Algún estudio comparativo ha encontrado que el vino es mejor, pero estos resultados pueden verse confundidos por la asociación de otros factores; en efecto, en Estados Unidos, por ejemplo, los bebedores de vino –por oposición a consumidores de otro tipo de bebidas alcohólicas– tienden a tener un nivel de educación superior, hacen más ejercicio, están menos obesos y suelen beber con las comidas, pero no fuera de ellas. Todos estos factores podrían justificar, y no el vino per se, un mejor estado de salud general.
En conclusión, podemos decir que, aunque el alcohol es una sustancia tóxica para el organismo, su consumo moderado (y este es el concepto clave) puede ayudar a prevenir la enfermedad cardiovascular y la mortalidad debida a ella. Este beneficio se concentra en la población de edad media, que es la que presenta más riesgo; en los jóvenes, por el contrario, los efectos negativos –sobre todo su influencia en la conducción de vehículos y los riesgos de adicción– el beneficio potencial es más controvertido. Posiblemente el vino tinto tenga en este sentido ciertas ventajas sobre otro tipo de bebidas, aunque este es un hecho que puede estar ligado a otros factores culturales. Quizá parte del secreto radique en la diferencia entre el alcohol como tóxico (beber para emborracharse) o el vino como acompañante de una reposada comida entre amigos, sin prisa y sin excesos. Es posible también que sustancias que posee el vino y no otros alcoholes (polifenoles como el resveratrol, y flavonoides) tengan algo que ver; pero, en todo caso, el campo está abierto y –como se suele decir en Medicina– amerita futuras investigaciones.
¿Cuánto es "consumo moderado"?
Se estima que la cantidad de alcohol diario que no debe sobrepasarse para estar dentro de lo razonable es de 30-40 gramos para hombres y 20 gramos para mujeres. Una botella de vino tinto tiene 750 mililitros y, para 14% de alcohol, unos 100 gramos de alcohol (si asumimos una densidad cercana a 1). Esto quiere decir que la cantidad máxima debería situarse por debajo de media botella (y la mitad en el caso de las mujeres). Una forma sencilla es tomar no más de una copa de vino con almuerzo y cena.