Las válvulas cardiacas son estructuras en apariencia simples que, como cualquier otro tipo de válvulas, tienen la misión de permitir que el fluido que circula (en este caso, la sangre) lo haga en una dirección, pero no en la contraria. Por sencillas que parezcan, su diseño permite que ejerzan su función de forma incansable a lo largo de muchos años.
La bioingeniería humana aún no ha conseguido acercarse a su espectacular rendimiento. Suele decirse, de forma no infundada, que es mejor una mala válvula natural que una buena prótesis valvular artificial. Ahora bien, hay momentos en que las válvulas naturales están tan deterioradas que hay que recurrir a su reparación o substitución. La reparación, que es preferible, no siempre es factible. Debe emplearse entonces una prótesis valvular.
Las prótesis valvulares artificiales suponen un importante avance de la cirugía cardiaca, pero de ninguna manera constituyen un retorno a la normalidad. Puede considerarse que este tipo de dispositivos son una enfermedad por sí mismos, con una serie de riesgos y complicaciones bien definidas.
Existen básicamente dos diseños de prótesis valvular:
- Prótesis biológicas: construidas con materiales biológicos de origen animal o humano, por lo general montados sobre un soporte mecánico.
- Prótesis mecánicas: emplean materiales como el carbón pirolítico, titanio, etc.
Las válvulas biológicas son escasamente trombogénicas, aunque cuando se implantan a un paciente con riesgo de tromboembolismo por otros motivos (gran aurícula izquierda, fibrilación auricular) deben acompañarse de tratamiento anticoagulante permanente. Por otra parte su durabilidad es limitada, y la mayor parte necesitan ser reemplazadas al cabo de diez años.
Las válvulas mecánicas no tienen, a priori, este problema, pero su naturaleza trombogénica exige anticoagulación en todos los casos.