El tratamiento o la prevención de las causas que con más frecuencia producen insuficiencia cardiaca es el mejor modo de atajar este síndrome, puesto que su pronóstico no es demasiado bueno. En este sentido, quizá los mayores efectos provengan de las campañas de prevención primaria de la cardiopatía isquémica y del diagnóstico y el correcto tratamiento de la hipertensión arterial, que son las dos causas más frecuentes de la insuficiencia cardiaca. Este abordaje, basado en evitar que se produzca la insuficiencia cardiaca atajando sus causas, constituye la prevención primaria.
En cuanto a causas más concretas, el tratamiento etiológico puede aliviar o solucionar la insuficiencia cardiaca ya establecida siempre que no se haya producido aún un deterioro miocárdico irreversible. Por ejemplo, en la insuficiencia cardiaca debida a insuficiencia mitral, la sustitución de la válvula incompetente por una prótesis será efectiva si no se ha alcanzado una situación de daño miocárdico severo. Por el contario, si se hubiese llegado a ese punto, la situación incluso podría empeorar al enfrentar al ventrículo izquierdo deprimido con un aumento de la postcarga, pues se cierra la vía sistólica de escape hacia una cámara de baja presión (la aurícula izquierda) que suponía la válvula mitral incompetente.
En el caso, frecuente, de que la insuficiencia cardiaca se deba a cardiopatía isquémica, debe considerarse siempre la posibilidad de revascularización, que podría mejorar la función ventricular, sobre todo en la isquemia crónica (miocardio hibernado). Por otra parte, hay ocasiones en que el abordaje etiológico puede conseguir resultados espectaculares; por ejemplo, en la supresión del consumo de alcohol en muchos casos de miocardiopatía enólica.