Diversas obras de ciencia ficción (Brave New World, de A. Huxley o Pebble in the Sky, de I. Asimov) han especulado con la idea de limpiar la sociedad de elementos no productivos, en base sobre todo a criterios de edad. Huxley describe un mundo feliz en el que, tras vivir jóvenes, activos y felices, los individuos son eliminados al llegar a los sesenta años, ahorrando así onerosas pensiones o gastos sanitarios; Asimov, por su parte, introduce excepciones para ciertos individuos valiosos que, por supuesto, suelen ser los propios gobernantes. Estas denuncias, pues no otra cosa son ambas novelas, parecen poco fundamentadas en nuestras sociedades avanzadas, aunque la edad ya no merezca el respeto de otras épocas. Pero basta con rascar un poco para percibir los riesgos.

Durante la fase más dura de la pandemia de CoVid19 en Lombardía se establecieron criterios de selección para permitir el acceso a respiradores, utilizando la edad como uno de los principales filtros. No parece objetable que, si los recursos son limitados, deban seleccionarse de forma racional para aplicarlos a los que más se puedan beneficiar. Pero esto es solo un indicio de que, si la situación fuese mucho peor, podríamos encontrarnos con otros escenarios. Quizá si se planteara el dilema de prescindir de todos los lujos superfluos a los que estamos acostumbrados, o prescindir de nuestros ancianos, podríamos encontrarnos con alguna que otra sorpresa. Nuestra sociedad precisa (no por esto, sino por muchas otras cosas) un rearme ético que, como diría Erich Fromm, se centre más en el ser que en el tener; y que, sobre todo, tenga en cuenta la solidaridad trasgeneracional, recordando que ellos fueron nosotros y nosotros seremos ellos.